sábado, 18 de julio de 2009

El padre Ignacio Peries: "Soy un instrumento de Dios"

El sacerdote, al que visitan cada año un millón de personas en su parroquia de Rosario, rompe el silencio. En la primera entrevista concedida a un medio nacional, responde sobre su mediación sanadora y la incidencia de la fe en una curación. Las claves de un fenómeno religioso. Todo en el suplemento valores religiosos.
Por: Clarín.com
Un millón de personas -si... ¡un millón!- pasa cada año delante del padre Ignacio Peries en su parroquia del modesto barrio Rucci de Rosario. Víctimas del dolor por una enfermedad, un impedimento físico o un desgarro familiar, católicos y no católicos confían en su mediación ante Dios que pueda hacer realidad el milagro que los libere del padecimiento. A veces deben esperar muchos meses hasta lograr que el religioso les imponga sus manos y los envuelva en un abrazo: la avalancha de pedidos obliga a dar turnos muy diferidos. Con o sin el milagro cumplido, todos se van reconfortados. ¿Quién es este hombre que llegó hace 30 años de Sri Lanka como un sacerdote más y hoy es el protagonista de un impresionante fenómeno religioso?
-¿Cómo explica este fenómeno?
-No puede explicarse. Es que no tiene sustento científico, ni humano. Uno sólo se siente instrumento de Dios. Él es el que obra. Es un don, una gracia o como se quiera decir. Lo único que sé es que doy la paz y la tranquilidad de Dios a la gente. Además, al intentar explicarlo, se puede caer en una exageración o en perder el concepto. Sólo hay que comprender que es una vivencia de fe.
-¿El sacerdote es un mediador?
-Mucha gente usa el calificativo de "cura sanador". Es un término muy complicado. Nadie sana, nadie tiene el poder de curar; quien lo tiene es el Señor. Solamente Dios me puede elegir, como a cualquier otro sacerdote o persona. A mí me dio la gracia de amar a los enfermos y estar con ellos. Esa es mi vocación. Otros pueden confesar horas y horas, otorgar el perdón de Dios, aconsejar y muchas cosas más. Cada uno recibe una misión, pero todos somos instrumentos de Dios. Una misión que nunca será de sanadores porque el que sana es Dios.
-¿Qué siente en ese momento?
-Lo que más siento es la cantidad de gente que acerqué a Dios. Algunos retornan; muchos que en nada creían -ateos, agnósticos-, terminan paladeando el amor de Dios.
-¿Algunos se curan?
-No hacemos ningún seguimiento. Lo cierto es que la curación, como el mismo Jesús lo dijo, es "tu fe te salva". La fe obra. Además, yo no busco la curación. Lo más importante es dar la paz de Dios a las personas. Al encontrarla se acercan a Él, abriéndose el camino espiritual o reencontrándolo. La curación depende de la gracia de Dios, no es obra de uno.
-Entonces, ¿a dónde apunta su intervención?
-A lo que más voy es a la conversión. La fe mueve montañas y recompensa de distintas formas. El mismo Jesús dijo: "En este pueblo no hago nada porque no encuentro la fe". Mi misión es ayudar a encontrarla. En todo caso, en la fe puede nacer la sanación.
-¿Qué busca?
-Mi misión, como Cruzada del Espíritu Santo, que es el nombre de nuestra asociación, tiene como punto central conquistar almas para Cristo. Para eso, Dios obra a su forma y dice: el Espíritu sopla donde quiere, como quiere y cuando quiere. Entonces, como discípulo, donde lo invoco dejo a Él que obre y haga según su voluntad.
-¿Con la imposición de manos comenzó apenas llegó?
-No puedo precisar el momento. Fue gradual. La imposición de manos es una cosa que todos los sacerdotes hacen desde la ordenación. En mi caso, la gente comenzó a difundir boca a boca mi imposición de manos y así fue creciendo la afluencia.
-¿Cómo define esa imposición?
-Es invocar la gracia de Dios. Ante cada persona, según su necesidad, por salud, trabajo, dolor. Jesús la enseña al decir que impongan e invoquen la paz sobre cada uno. De alguna manera, es para que la persona sienta la presencia del espíritu. Es la fuerza que recibieron los discípulos en Pentecostés y nosotros la tomamos para compartir con los demás.
-¿Cuánto tiempo lleva?
-Depende de cada caso. Dura hasta que pueda darme cuenta que está satisfecho. En total, cada jornada abarca muchas horas, llegando a l6 o 17 cada domingo.
-¿Cómo toma el hecho de que convoque a tanta gente?
-Cada día siento un compromiso muy grande, siempre a través de esa vocación que Dios me dio. Por eso, le pido que no me "agrande la cabeza" y pueda seguir compartiendo la vida como cualquier otra persona normal. Ser uno más en medio de todos para ayudar a andar y encontrar sentido a lo que hacemos. Ser yo, no otra persona, tal como me enseñaron papá y mamá. No llegarme a creer que soy importante, como si los otros no lo fueran. Cada uno lo es según el rol que le tocó cumplir. No siento nada extraño. Ni floto, ni vuelo. Soy normal, me alimento, duermo. No hay ninguna cosa rara.
-¿Cómo reacciona la gente?
-Cada uno tiene su propia experiencia. El Espíritu toca de diferente forma, según la necesidad; por eso, se lo expresa de manera distinta. Es algo que se siente muy profundamente y que moviliza. De pronto, la fe que uno lleva dentro se despierta y se pone en marcha. Esto impulsa a lograr una sanación o una comprensión muy profunda de lo que ocurre. Y que, como dije, no se puede explicar con palabras.
-¿La gente vuelve?
-Lo hace si se responde a su necesidad. Por ahí no vive ningún milagro, pero se siente escuchado, querido, amado. Yo experimento un gran amor de la gente y ese sentimiento -que es un idea y vuelta- signa el encuentro y provoca su repetición.
-¿De otros credos se acercan?
-Si. Porque no sólo vienen católicos, sino también evangélicos, judíos, mormones, budistas y de otras religiones. En los hospitales, cuando voy por las noches, muchos pastores se acercan para agradecer nuestra asistencia en nombre de los que sufren.
-¿Participan de la misa?
-Todos, unos dos mil en cada misa. Es que no hay otra posibilidad de estar conmigo. Aunque saquen turno, tienen que estar adentro. Pero no ponen objeción. Aclaro que de ninguna manera están obligados a cambiar de religión. Rezamos al mismo Dios como cada uno lo hace. Además, yo no quiero pescar en la pecera. En 30 años de bendiciones nunca se me ocurrió bautizar a nadie. Ofrecemos las bendiciones. Muchísimos rabinos vienen a charlar, pues saben como es. No estoy diciendo que no represento a la Iglesia Católica, pero tengo que ofrecer mi misión a todos, sin distinción de credo o condición religiosa.
-¿Qué dicen los vecinos de esta invasión de gente en el barrio?
-Siempre alguno se va a quejar. Es imposible hacer algo sin que haya alguna queja. A veces las razones son atendibles (el ruido, el embotellamiento). Y hasta ayudan a mejorar nuestro funcionamiento. Nunca hubo conflictos grandes, siempre hay alguna solución; además, ellos también reciben las bendiciones en la parroquia.
-¿Un sueño?
-Solamente que Dios me de la gracia de dar lo mejor y que la gente se sienta en presencia de Dios.
http://www.clarin.com/diario/2009/07/08/um/m-01954869.htm

No hay comentarios.: